El cambio climático y su dimensión ética

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Cambio Climático

Se conoce como problema malvado (wicked en inglés) aquél es tan complejo, tiene tantas causas y afecta a tantos stakeholders que, en la práctica, es imposible resolverlo de forma completa.

Y como bien dice Bryan Walsh en  TIME International en su artículo sobre medioambiente, el cambio climático sería uno de los problemas “supermalvados” por no decir el principal problema malvado con el que nos encontramos. Y lo argumenta así, porque el cambio climático es causado prácticamente por cada acto que es consumidor de energía en nuestro mundo moderno, con lo que afecta a todos los seres del planeta, tanto los actuales como los que han de venir en el futuro.

Argumenta que – incluso aunque el plan del presidente Obama funcione (Clean Power Plan) y se reduzcan los niveles de carbono – será insuficiente para resolver de forma global el problema, ya que los Estados Unidos representan el 17% de todas las emisiones globales y una solución efectiva al calentamiento climático requiere la acción concertada de otros grandes países, entre ellos China (que es el mayor contaminador actual), India y otros en los que las reducciones son incompatibles con sus necesidades de mantener en crecimiento sus economías.

Es, pues, evidente que si un consenso así es necesario, estamos claramente ante un problema “supermalvado”.

Por otra parte Antxon Olabe hacía hace unos días en El País un interesante análisis de la carta encíclica “Laudato Si’” del papa Francisco Bergoglio: más allá de destacar las necesarias divergencias en clave de análisis científico, (como la no inclusión de la esencial variable demográfica) glosa la notable y trascendente contribución de la aportación del papa a la ampliación y renovación del marco de referencia en el que se ha situado el debate sobre el cambio climático.

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También destaca que se incorpore el análisis de la “esfera de los significados”, de cómo afecta la desestabilización del clima a nuestra autocomprensión como comunidad global.

Este enfoque abre el problema a un análisis desde la moral, que desde el punto de vista democrático genera muchos y serios interrogantes en términos de equidad al considerar la repercusiones intra e intergeneracionales.

Así pues, si estamos ante un problema “supermalvado” y es necesario para afrontarlo que se tomen decisiones políticas en las que se debe generar un diálogo y un consenso que afecta a diversas naciones y a las generaciones futuras, es sin duda necesario que haya en los estados contaminantes, con Estados Unidos a la cabeza, gobiernos climáticamente responsables.

En ese sentido bienvenida sea la encíclica del papa Francisco si es capaz de generar conversiones ecológicas entre los legisladores católicos negacionistas o de sus apoyos en las urnas.

Pero sin duda es algo que obliga a incorporar esa nueva dimensión del análisis del problema en todos y cada uno de los que somos piezas clave del devenir del cambio climático, como personas, como votantes, como gestores de organizaciones de todo tipo y dimensión…

Y en este análisis mirar a nuestro interior y confrontar nuestros comportamientos desde nuestra ética y nuestros valores, analizar nuestras responsabilidades individuales y colectivas – por acción y por omisión – ante un fenómeno que está resultando imparable y que hará que (si se cumplen las estimaciones de un estudio encargado por el COI), en el 2100 tan solo 6 de las 19 ubicaciones que hasta ahora han sido sede de unos Juegos Olímpicos de Invierno sean lo suficientemente frías para albergar una nueva edición de los juegos de invierno.

 

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Xema Gil

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