
Cuando personas tan poco sospechosas de veleidades a favor de los más necesitados como Obama, OCDE, HBR, etc. hablan todos de un mismo tema, es que realmente en ese tema vamos mal y debemos poner atención.
Fue sorprendente que Obama, en su pasado discurso sobre el estado de la Unión, afrontara con vehemencia y valentía un tema como la desigualdad que genera la economía y la doble tendencia que inexorablemente lleva a una dualización de nuestra sociedad. Bien es cierto que seguramente estos planteamientos se hacen desde la óptica de que una menor dualización genera una sociedad menos conflictiva y, por ende, más segura. Y de que ayudar a los que están en peores posibilidades y oportunidades es tan solo un coste actualizado de mejores condiciones de seguridad futura.
En todo caso, es preferible su discurso defensor de cambios, y con peticiones concretas a la cúspide de la pirámide económica, a los comentarios de algún eminente empresario catalán que no hace mucho glosaba en un foro social que en las situaciones de “asimetría” actual y que serán futuras porque son tendencia, había que gestionar las expectativas de una forma diferente, fundamentándose en el valor del “volver a comenzar” como una demostración de resiliencia y al tiempo, desde una posición egoísta, fomentar la cohesión social para que la sostenibilidad esté garantizada. Aunque en el fondo no hay tantas diferencias en los planteamientos de base.
Las cifras que muestra el estudio que presentó el pasado octubre Intermon/Oxfam sobre la desigualdad extrema son de lo más evidentes: han calculado que en 2014 tan solo 85 personas en el mundo tienen la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad.
Y como plantea Joseph Stiglitz, profesor de la Universidad de Columbia y premio Nobel de Economía: “La extrema desigualdad en términos de renta y riqueza que existe actualmente en gran parte del mundo es perjudicial para nuestra economía y nuestra sociedad, y socava nuestra política. Si bien esta situación debería preocuparnos a todos, lo cierto es que son las personas más pobres quienes más la sufren: no solo sus vidas se ven afectadas por una gran inequidad, sino que también carecen, en gran medida, de igualdad de oportunidades. Cualquier iniciativa que realmente pretenda erradicar la pobreza debe hacer frente a las decisiones sobre políticas públicas que generan y perpetúan la desigualdad.”
Y es que sin duda una parte importante de las causas – y por lo tanto de las soluciones – están vinculadas al excesivo peso que tiene el mercado y el secuestro que hacen los intereses de los grandes grupos económicos de la legalidad democrática.
Pero no podemos pensar que este es un problema tan solo de los países en vías de desarrollo, este es un problema que nos afecta a todos, y bien que lo conocemos en España, pues es el país europeo donde más está creciendo la desigualdad. Desde 1990, los ingresos derivados del trabajo constituyen un porcentaje cada vez menor del PIB, tanto en países de renta alta como en los de renta media y baja. En todo el mundo, los trabajadores de a pie cada vez se llevan una parte más pequeña del pastel, mientras que los más ricos acaparan cada vez más porque el interés que reciben por su capital r (de return) es mayor que el crecimiento económico g (de growth), como explicaba en “La Contra” de La Vanguardia Thomas Piketty, investigador económico y autor del libro “El capital del siglo XXI”.
Por lo tanto, sin duda serán necesarias medidas que tomen los Gobiernos tendentes a reducir la desigualdad rechazando el fundamentalismo de mercado, oponiéndose a los intereses particulares de las élites poderosas, cambiando las leyes y sistemas que han provocado la actual explosión de desigualdad y adoptando medidas para equilibrar la situación a través de la introducción de políticas que redistribuyan el dinero y el poder.
Pero también sin duda las empresas, y las personas que las forman, tienen un papel importante a jugar en este contexto. A modo de ejemplo, en 2014, los directivos de las cien principales empresas del Reino Unido ganaron 131 veces más que un empleado medio, y sin embargo sólo 15 de estas empresas se han comprometido a pagar a sus empleados un salario digno.
Es necesario volver a replantearse la estrategia y la gestión, en el peor de los casos desde el convencimiento que esta desigualdad no es sostenible para nadie, no es sostenible para el sistema y que de nada servirá ganar cientos o miles de veces más que la media si se ha de vivir en la inseguridad o en el retiro de una jaula de oro, y a poder ser desarrollar ese planteamiento de la estrategia y la gestión, poniendo a las personas primero, desde la ética y los valores que generan valor.
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