
“Comercio Justo” es, dentro de la tendencia mundial hacia una economía sostenible y responsable, un concepto poderoso que enlaza con la misma esencia de dicha tendencia.
Así, una economía de futuro no puede ser otra cosa que más justa y equilibrada, generadora de bienestar para todos los implicados, respetuosa con el medio ambiente y con los derechos humanos, cómplice de la libertad y felicidad de las personas, respetuosa con la diversidad, transparente en toda la cadena de valor, de calidad y sostenible a largo plazo … elementos todos ellos que conforman el concepto de Comercio Justo. Así, podríamos decir que uno y otro son términos íntimamente relacionados, si bien no son lo mismo.
Desde éste punto de vista, podría parecer un poco descorazonador, y también incongruente, examinar las cifras oficiales de ventas de productos calificados como tales y compararlos con las estadísticas que nos hablan de la creciente tendencia de los consumidores a comprar influenciados por la sostenibilidad y responsabilidad de la producción. Así, en 2013 el total de ventas de productos de Comercio Justo que refleja el informe de la Coordinadora Estatal fue de 31,1 Millones €, apenas una gota de agua en el océano del consumo español. Estamos hablando de 0,67€ por persona y año, a años luz de los 10,33€ de media europeos o de los 39,17€ de Suiza y los 30€ del Reino Unido. Cierto es que tan magras cifras progresan anualmente en alrededor del 10%, de forma que avanzan constantemente incluso durante los años más duros de la crisis.
Es cierto que, comparativamente, estamos muy lejos de la mayoría de países similares al nuestro, y que todo esto parece alejado de dicha tendencia aparentemente tan numerosa hacia la sostenibilidad y responsabilidad económica. Pero las realidades suelen ser más complejas que las fotos de ellas que solemos obtener cada cierto tiempo, y más aún en realidades tan cambiantes como es ésta.
Así, las estadísticas de ventas de Comercio Justo, y ya dice la propia Coordinadora que la realidad no se agota en lo cuantitativo, miden exclusivamente las de aquellos productos que llevan el certificado Fairtrade y similares (el primero está presente en el 75% de los productos vendidos bajo éste concepto), como por otra parte no podía ser de otra forma en su caso. E, incluso más allá, las de los productos con distintivo que pasan por las importadoras y comercializadoras que ellos controlan, lo cual no puede sino ser limitado en un mundo globalizado en el que las fronteras comerciales europeas son difusas o hasta inexistentes. Así, cada vez veo con mayor frecuencia productos en los lineales de grandes cadenas de supermercados o en escaparates online de etailers que llevan el sello Fairtrade y que no pasan por las estadísticas publicadas.
De hecho, vemos como en 2009 las tiendas específicas de Comercio Justo representaban más del 50% del total de las ventas en España, mientras que en 2013 fueron apenas el 20%, “escapándose” las ventas que conforman el crecimiento medido de más del 50% entre ambos años hacia los supermercados. Esto se alinea con otro vector: que el perfil de comprador está cambiando aceleradamente desde el de personas concienciadas que compran con cierta habitualidad hacia el de consumidores con cierto conocimiento de lo que el concepto de Comercio Justo representa y que consumen ocasionalmente. Es decir, de un nicho que va a establecimientos especializados al de capas extensas de población espoleadas por la extensión del conocimiento y de la oferta. ¿A qué suena esto? A maduración y cambio en las pautas de consumo. Ojo, aún en los inicios, pero es un proceso “de manual” que sigue las pautas de otros muchos anteriores.
Quiero que me entiendas: no es una crítica hacia la Coordinadora o hacia Fairtrade Ibérica sino que, al contrario, mi opinión de ellas es que han cumplido y cumplen un papel honroso e imprescindible de promotores y luchadores por el bien común desde los tiempos en que esto era no ya minoritario sino residual, pero siempre igual de imprescindible. Como tales, merecen un reconocimiento social por su labor dura de pioneros ayer, hoy y también mañana.
Pero la realidad sugiere que poco a poco, y todavía estamos lejos de que sea algo generalizado, se va madurando en la consciencia de consumo y adoptando prácticas de compra más o menos, progresivamente, “justas”, responsables y sostenibles. Y aquí es donde topamos con uno de los nudos gordianos del asunto: el de la exigencia normativa ligada a la necesidad de distinguir lo que es de lo que no, no ya solamente como forma de ser rigurosos en la transparencia sino de impulsar a los que verdaderamente son.
Pero ocurre que cuando las tendencias maduran y comienzan a crecer aceleradamente, es frecuente que pasen por encima de las barreras de los blancos y negros para invadir los terrenos de los grises. Me explico: ¿es comercio justo la exigencia cada vez más general a las marcas de ropa de que produzcan de forma responsable y sostenible?. No y si. Es, si queremos decirlo así, “comercio menos injusto”, y como tal forma parte a mi juicio de la corriente hacia un verdadero comercio justo, de la misma forma que cualquier paso que des en el camino forma parte del destino, bajo la forma del progreso hacia el mismo.
Por supuesto que el progreso “hacia” no significa la seguridad de la llegada “a”, pero hemos de convenir en que no siempre se salta de 1 a 10 directamente, sino que a menudo se pasa por estadios intermedios, no siempre saltaremos del generalizado comercio profundamente injusto e insostenible actual al totalmente justo y, encima, certificado, sino que una parte del todo será probablemente una mixtura de avances parciales y de rémoras a remover.
Si desagregamos las ventas de productos certificados, vemos que es la alimentación lo que está despegando, frente a otras categorías como las prendas de vestir, fruto de la entrada de las empresas convencionales y las cadenas de supermercados en la certificación y venta de sus productos. Es decir, de un proceso de maduración comercial sinérgico con el del consumo. Y mirando aún más de cerca las estadísticas, vemos que una parte importante de éste fenómeno radica en el crecimiento de las ventas de café de comercio justo certificado en el canal HORECA (bares, cafeterías, etc). Un producto, un canal.
La realidad es mucho más compleja y difícil de medir, si bien estas estadísticas muestran indicios de hacia dónde van las cosas dirigidas. El perfil de consumidor se amplia y generaliza, pues se generaliza también el conocimiento de lo que el concepto de producción justa y sostenible implica. Y los compradores valoran, dejémoslo ahí, que sus marcas produzcan de esa forma, y a veces compran con sello oficial de Comercio Justo, y otras (bien porque no encuentran opción, bien porque no saben distinguirla) simplemente premian la producción más o menos responsable y castigan la fehacientemente irresponsable.
¿Es eso Comercio Justo? No, siendo estrictos, pero me repito: menos comercio injusto es, en alguna protoforma, también comercio justo, aunque sea con minúsculas. ¿Llegarán algún día, por ejemplo, las grandes marcas de ropa a lucir sellos Fairtrade en sus etiquetas?. No es nada descabellado pensarlo, y si alguna vez una de ellas lo hace pronostico que romperá el mercado y obligará a la competencia a moverse. Pero es más probable que sigan un más lento proceso, no certificado, de pasos adoptados en la dirección de pagar salarios justos en toda la cadena, mitigar su impacto medioambiental e incorporar tejidos orgánicos o sostenibles.
En éste entorno, el papel de entes como la Coordinadora, de Fairtrade, de Setem o de Ropa Limpia es el de pioneros luchadores vigilantes y promotores del bien común. Un rol a veces ingrato y casi siempre duro, pero imprescindible y meritorio, de agradecer. Hasta que la realidad les supere, dándoles la razón, y su papel deba cambiar, aún falta mucho aún y cuando el terreno de juego se esté ensanchando y las líneas limítrofes se vuelvan difusas.
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