Viajar puede ser inmoral

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Ben Ambridge, un psicólogo de la universidad de Liverpool,  ha diseñado un sencillo test para descubrir el grado de moralidad de una persona en base al número de países que ha visitado de una lista cerrada de 50. Cuanto más alta sea la cifra obtenida, más dudosa es la moral de quien cumplimenta el test.

Esta información, publicada por Martín Caparrós en El País en su estupendo artículo Viajar es inmoral, me ha guiado hacia el estudio publicado por Journal of Personality and Social Psychology The Dark Side of Going Abroad: Broad Foreign Experiences Increase Immoral Behavior.

En esencia es una reflexión sobre la idea de que viajar, al favorecer el conocimiento de diferentes idas y formas de vida, amplía la mirada del viajero y la predispone a aceptar diferentes  realidades, lo que necesariamente le lleva a viajar-es-malo-para-la-intolerenciaconsiderar hasta qué punto son verdaderas e inamovibles las normas de su propia sociedad. En palabras del propio Caparrós, el viajero ve  que las reglas son distintas en distintos lugares y entiende que esas reglas son el producto cultural de una época determinada, que no hay imperativos absolutos, que uno puede “armarse” su propia moral.

Con un enfoque distinto, el movimiento Survival reflexiona sobre lo delgada que es la línea entre lo ético y lo no ético de los viajes (para visitar comunidades indígenas).

Estos planteamientos, y otros muchos que sería prolijo enumerar, emergen del crecimiento exponencial que está teniendo el turismo en todo el mundo;  a modo de ejemplo,  la organización de Fabio Cannavale –  por citar solo una del sector – gestiona cada año más de 10 millones de reservas de viajes y ocio en 40 países y 17 idiomas.

Se observa que cada vez es más frecuente que las personas organicen sus propios viajes, pero incluso en estos casos se acostumbra a contactar de alguna forma con las agencias de viaje:  visitando sus oficinas o sus páginas web, comentando con conocidos que compraron un servicio, etc. , y por supuesto hay millones de personas que compran el servicio directamente en su agencia de viajes.

Ello significa que las agencias de viaje, directa o indirectamente, ejercen de asesoras de los viajeros a la hora de elegir  el tipo de viaje, el destino,  los lugares concretos a visitar, etc., etc., lo que les coloca en una posición privilegiada  para que los viajeros vean de una forma u otra su experiencia de viaje.  De hecho, todos conocemos agencias de proponen viajes respetuosos con la cultura del país de destino, que realizan actividades concretas para mitigar el impacto que sus actividades tienen en la emisión de CO2, que eliminan o disminuyen la cantidad de papel que entregan al viajero, y tantas otras buenas prácticas.

Con estas y otras muchas actuaciones, las agencias de viajes pueden realizar una magnífica labor de polinización, puesto que sus empleados y clientes, en relación directa con los proveedores locales, son agentes insustituibles para dibujar un marco de relaciones de doble vía:  respecto a la zona de destino, absorber los valores viajar-amplía-horizontes-y-hace-actualizar-los-valores-propiosde esa cultura y transmitir los propios favoreciendo así el enriquecimiento mutuo;  por otro lado, y gracias a dicho enriquecimiento, los empleados y clientes pueden hacer en su entorno habitual labores de concienciación entre sus relaciones compartiendo experiencias y transmitiendo la nueva cosmovisión impregnada de esa nueva mirada que incluye la mezcla de valores “extraños” y revisión de los propios.

Puede ser una nueva forma de fomentar que esa ética personal ferozmente individual que asoma en este siglo se vaya reconvirtiendo en un conjunto de valores redefinidos entre las distintas sociedades que compartimos este planeta, ay, tan cruelmente castigado por unos y unos.  Porque, al fin y al cabo, fomentar el  respeto mutuo entre las personas y sus creencias es la base para que crezca también el respeto por el medio ambiente.

 

Edita Olaizola

 

 

 

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