
No es nuevo que toda manifestación del comportamiento humano tiene sus luces y sombras, y que por tanto es de aplicación también a los nuevos movimientos sociales y económicos por mucho glamour que puedan representar.
También es un hecho que la Economía Colaborativa ha venido para quedarse, y que por tanto hemos de poder separar el grano de la paja y aprender a evidenciar los aspectos positivos que aporta y aportará desde ahora al futuro al tiempo que se ponen de manifiesto aquellos aspectos no tan buenos y que confrontan precisamente muchos de los valores que dicen defender.
Sobre este tema precisamente versó la mesa redonda de la Presentación del Informe Económico y Financiero de ESADE. Enero de 2017 en la que David Murillo, profesor del Departamento de Ciencias Sociales e investigador sénior del Instituto de Innovación Social de ESADE, y Gerard Costa, profesor del Departamento de Dirección de Marketing de ESADE, moderados por David Vegara, director del Informe y profesor del Departamento de Economía, Finanzas y Contabilidad de ESADE, desgranaron sus puntos de vista sobre estas luces y sombras de la Economía Colaborativa al hilo de sendos capítulos que firman sobre estos temas en el mencionado informe.
Aunque parecen repartirse los roles de defensa y ataque de los aspectos más controvertidos de la Economía Colaborativa, la verdad es que ambos plantean en sus escritos aspectos que no pueden dejarse de lado y que seguramente traicionan lo que Murillo llama el “manifiesto de la Economía Colaborativa”, manifiesto con el que, por otra parte, seguramente tod@s estaríamos de acuerdo, ya que representa un set de valores asumible desde cualquier posicionamiento progresista y que busque el bien común.
Comenzando por el Ecosistema Interno, pese a la pretendida bandera de la economía colaborativa como un generador de empleo flexible, las acciones como las de Uber y las relaciones que desarrolla con los que realmente realizan el trabajo (y que por mucho que se les ponga nombres llenos de glamour como “pequeños empresarios” o “micro emprendedores” acaban siendo una nueva forma de “esclavismo laboral” de trabajadores subcontratados a bajo coste y sin derechos a cambio de un ínfimo porcentaje de las ganancias del global del sistema), no puede menos que preocupar y no ser precisamente garantía de que este formato de nueva economía signifique una mejora de los tiempos pretéritos para la clase trabajadora.
El que los conductores de Uber puedan ser considerados como responsables de los accidentes de
trabajo, que los trabajadores de TaskRabbit no tengan ninguna pensión o que la búsqueda de seguros de salud o de estabilidad laboral no sea posible dentro de estos paradigmas de economía colaborativa han de hacernos reflexionar desde el punto de vista ético acerca de la visión del modelo de sociedad a la que estos procesos convergen.
En cuanto a los aspectos derivados del cuidado del entorno natural y de la salud del planeta, parece obvio que el uso de vehículos compartidos – y quizás incluso las pernoctaciones de AirBnB – generen menor huella de carbono que los procedimientos anteriores; pero si se engloban todos los intercambios que las distintas formas de economía colaborativa de base electrónica generan y que están desarrollando el despliegue de los diversos servicios B2C que se ofrecen a la ciudadanía se ve que la huella de carbono de todos estos procesos es mayor debido al mayor uso de furgonetas de entrega menos eficientes, a mayores viajes debido a fracasos de entregas por no encontrar a los receptores en sus domicilios, un mayor consumo desmedido de embalajes, mayor número de entregas por generarse una diversificación de lugares de compra, etc.
Otro de los paradigmas es el planteamiento de este mercado en función de las posibilidades de redistribución de riqueza y desarrollo de unas más justas relaciones en la sociedad. La Economía Colaborativa lleva la bandera de una democratización de las posibilidades productivas y un acceso más igualitario a la riqueza, pero cuando se rasca en la realidad de los procesos y se ve que el propietario del piso más caro en Roma por AirBnB (500€/noche) es un joven rico de Texas que tiene 7 pisos más en Roma en este modelo de explotación y 2 más en Barcelona, aparece en realidad un modelo productivo de explotación de un nicho aprovechando las corrientes favorables de pensamiento y el hecho de aprovechar una desregulación que les permite la especulación con mínima o nula corresponsabilidad fiscal.
Aspectos a los que hay que añadir los impactos negativos en las comunidades, como ya glosaba en un
pasado post al hilo de la situación en entornos cerrados como la isla de Ibiza, los problemas de convivencia y eliminación de los vecinos habituales que padece Barcelona en algunos barrios que se han convertido en la meca de este modelo.
En definitiva, efectos negativos en las comunidades donde se asientan, que además tienen difícil o imposible la compensación a través de la redistribución de esa riqueza vía impuestos.
Así pues, más que de adalides de un futuro mejor, la Economía Colaborativa parece poblada de piratas. Parafraseando a Umberto Eco en la reseña que hace del libro de Peter Leeson, The invisible Hook: The Hidden Economics of the Pirates, en su último libro “De la estupidez a la locura”, también los filibusteros que se atenían estrictamente a sus propias leyes componían una organización “ilustrada” para su época, democrática, igualitaria y abierta a la diversidad, pero pocos más que Leeson lo interpretarían eso como un modelo perfecto de sociedad capitalista.
En Peopleplus!Profit estamos convencidos que el futuro plenamente sostenible no será posible sin una aplicación de la RSE de una forma integral y holística, desarrollada desde un compromiso ético con todos los stakeholders. Y esto es también así para los nuevos modelos de economía colaborativa. ¿Hablamos?
xemagil
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1 Comment
Excelente post! Já vi que terei que voltar a este site
várias vezes para aprender mais sobre o assunto .